Nos asomamos a un mundo fascinante donde se muestra la rudeza de las tareas del campo. Cada estancia y cada paisano ofrece sus conocimientos mientras compite con sus pares.
Cualquier medio era permitido para llegar a la
Fiesta Nacional de la Esquila. Camionetas, gente a caballo y hasta en bicicletas llegaban a
Río Mayo, que albergó a todos los que eligieron pasar tres días y sus noches a puro campo. La mayoría realiza habitualmente tareas en una estancia o puesto cercano y llegaba con su familia. El humo de los asadores, el altavoz a toda música y las voces nos recibieron mientras pugnábamos por ingresar. Desde el micrófono escuchamos a un locutor hablar con emoción de estos campesinos: “Ellos dedican cada día del año a la sacrificada cría y esquila de las ovejas. Los antiguos colonos se instalaron en la zona con su pequeño rebaño como único patrimonio. Viajaban a
Comodoro Rivadavia una vez por año para vender la lana y comprar provisiones. Familias enteras vivían lejos de las ciudades e impusieron su fuerza contra las adversidades del clima y la soledad, buscando un futuro”. Escuchamos decir: “Con la espalda encorvada por el esfuerzo, enfrentamos nevadas, ventarrones y aguaceros; echamos a los carneros en el momento preciso; esperamos que no se pasmen los corderos recién nacidos con alguna nevada atrasada. Pelamos ojos, señalamos, cortamos colas y finalmente llega la esquila. Es el momento de la cosecha, de recibir la paga por todo el sacrificio del año. Por eso lo celebramos con esta fiesta”.